Hubo un tiempo que el otoño, no era otoño; siempre era primavera. Donde la carne hervía al olor de la lluvia. Y la piel se abonaba, con el más limpio aliento de tu boca. Cuando mis dedos seguían la ruta de tu espalda, crecían amapolas. Eran otros tiempos. Nos sabíamos a un rojo intenso. © Blanca |
Del rojo al gris apenas hay una lámina de tiempo.
ResponderEliminarAb razos, siempre
Gracias Amando !!
EliminarAbrazos de vuelta...