jueves, 3 de octubre de 2013

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Hubo un tiempo
que el otoño, no era otoño;
siempre era primavera.

Donde la carne hervía
al olor de la lluvia.

Y la piel se abonaba,
con el más limpio aliento
de tu boca.

Cuando mis dedos
seguían la ruta de tu espalda,
crecían amapolas.

Eran otros tiempos.

Nos sabíamos a un rojo intenso.


© Blanca