Tu cuerpo y el mío ya no saben de formas, todas fueron envueltas para guardar. El camino es testigo de lunas y pájaros que hacen interminable su canto. Las fuentes están frías y húmedas y yacen en la espera de rostros y labios ardientes para calmar. Una quietud se hace eterna cuando tus ojos ya no miran los míos; Y sé, que el silencio vendrá envuelto en unas manos marcadas con olor a madrugada. Y se degustará ese sabor de invierno y soledad, como árboles desnudos pidiendo a gritos tus dedos.
Hay ayeres, que transfunden la memoria, haciendo crecer amapolas en mi pelo. Surgen tus dedos, enredando cierta primavera; cuando la sangre hervía a borbotones y alargaba ciertos ocasos, para morir en piel desnuda.