Hubo un hombre que me amó y posaba palabras en mi boca; silenciosas, penetrantes, como agua para la sed. Invadió todas mis formas, haciendo huecos donde enterrar sus versos. Ahora, en la tumba de mis ojos, reza el tiempo y en mi pecho un epitafio que se lee desde muy lejos; desde el polo hasta el desierto. Y me congela y me traspasa y me sostiene... hasta llegar el día. Donde se escriba: Hubo un hombre que me amó hasta matarme. © Blanca Vicario |
No hay comentarios:
Publicar un comentario